"Nubes blancas y estrellas. Mar de fondo. A lo lejos arde el faro. Su llama morada y escarlata se alarga bajo el viento, sin oro y sin reflejos, sobre las olas negras, estalladas de plata.
El barco cruje. Tiene su sombra un escondido tumulto de hombres sin mujeres, que sueñan, en sus cárceles de miseria y olvido, palacios alumbrados, fragantes de placeres...
Brama el poniente; chocan las tablas y las olas...
Y a un son pesado y frío de trágicas cadenas, se pierden, largamente, sobre las playas solas, una canción nostálgica de odios y de penas...
El cielo de tormenta, pesado y retumbante, se raja en el ocaso. Un agudo cuchillo de luz agria y equívoca, orna el medroso instante, de un extraño esplendor, delirante y amarillo.
Lo que hiere la luz, como un grito, se inflama; carmín de oro es la costa de altas rocas; las galeras se incendian, y una lívida llama va por las olas negras, trágicamente locas.
Furioso, el viento da, y atormentado y hondo, contra la irisación del día trastornado; y, en una alegoría fantástica, en el fondo del oriente, persiste el sol falso y dorado..." (J.R. Jiménez, Marinas de ensueño)