"Hace poco ascendí a la cima solitaria de una montaña y contemplé el vuelo de las nubes surcadas por la luna, cuyas formas fantásticas giraban y se arremolinaban como genios de un mundo espectral. Cirros vaporosos velaban el plateado domo a oleadas, como la espuma del océano, mientras formas más oscuras y densas huían, arrastradas por un viento diabólico. Me pareció que los cambiantes vapores adoptaban por momentos un aspecto terrible, como si entre la niebla y la oscuridad deambularan formas conocidas y siniestras. Aquellas figuras avanzaban de oeste a este... Un desfile grotesco que saltaba y bailaba como Bacantes cogidas de la mano en una hilera interminable que recorría las regiones aéreas. Sordos murmullos, casi imperceptibles, turbaron la paz de mi espíritu con ideas horribles, que me obligaron a desviar la vista de aquella abominable escena. "Pronto desaparecerá la bruma", decían las voces, "son los fantasmas de las esperanzas, malogradas y muertas" (H.P. Lovecraft, Poemas fantásticos)
Observar cómo las nubes surcan el cielo, cómo adoptan formas indescriptibles que en ocasiones se asemejan a los rastros que deja la espuma del mar. Observar cómo parecen huir de nuestra mirada y de la posibilidad de que queramos tocarlas y advertir que carecen de entidad material, que son más volubles que nuestras propias ideas y que su suavidad es menor que la de nuestra piel. ¿Podría ser el cielo el mejor lugar de la tierra?
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