Observábamos, desde el otro lado del cristal, el transitar de los individuos, unos con pasos lentos, tranquilos y apacibles, otros con pasos decididos, muy seguros del rumbo que querían seguir, otros dubitativos, indecisos acerca de su marcha, algunos embebidos en sus pensamientos, probablemente tan lejos de aquel momento presente como de cualquier otro... pero todos ellos indiferentes ante nuestras miradas, ignorando que estábamos allí, al otro lado del cristal, observando sus idas y venidas, sus movimientos, incluso sus expresiones y sus gestos. Pero de pronto un estruendo nos saca de ese ensimismamiento en el que estábamos sumidos, de ese observar placentero. No todo es silencio a nuestro lado del cristal, algo nos insta a actuar, a dejar nuestra impronta, nuestra huella en el discurrir de la existencia, nos lleva a formar parte de ese transitar observado. A veces resulta más fácil ser mero observador, estar al otro lado y no tomar partido, no ser un actor de la vida, sino creer que podemos abarcarla y "despistarla" colocándonos en ese otro lado, en el lado de la ventana en el que estamos resguardados, en el que vemos llover sin mojarnos, en el que vemos caminar sin cansarnos, en el que vemos amar sin enamorarnos, en el que vemos creyendo no ser vistos (ni siquiera por la propia vida).
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