No era capaz de admitir que el hueco era aún mayor, más grande de lo que en un primer momento quiso creer. No se trataba tanto de lo que había dejado atrás, sino más bien de aquello por lo que no había luchado. Aún conservaba cierta consciencia, aunque quizá no la suficiente cordura, que le hacía mirarse en el espejo cada mañana para ver si éste le devolvía su reflejo. Y era entonces cuando aparecía ella, acariciando su nuca, susurrándole al oído, haciéndole sentir que estaba vivo o, al menos, un poco más cuerdo..., pero cuando trataba de alcanzarla, cuando intentaba rozar su rostro y sentirla de nuevo, todo se desvanecía, incluso su propio reflejo parecía difuminarse para dejar paso de nuevo a la incertidumbre.
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