Estamos a merced de la vida y de la muerte, pero creemos ser capaces de racionalizar aquello que nos pasa, creemos ser capaces de contener el llanto, de proporcionar razonamientos y proveer de lógica incluso a lo inabarcable. Sin embargo, cuando la muerte visita a quienes están en nuestras vidas, a quienes se han preocupado por nosotros y han compartido sus recuerdos, entonces toda razón es poca, y toda lágrima derramada deja un rastro de sal cuyo sabor, al rozar nuestros labios, nos hace sumergirnos en un mar de tristeza.
In memóriam
(29-11-1923/29-04-2014)
A todos los abuelos del mundo