Ni tan siquiera sabía nadar. Tal vez por eso no reparó en las consecuencias de rodearse de un océano de mentiras. Y quizá por eso, tampoco pensó que añadir una mentira más pudiera hacer algún daño. Ya era todo un experto en tejerlas y en construir una urdimbre con la que engañar a las personas. Pero no pensó que los sentimientos tienen ojos, y no creyó que alguien pudiera estar observando cómo se hundía en su propia farsa, como si una araña cayera en la trampa de su propia tela. Tal vez si hubiera sabido nadar...
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