Al caminar, con o sin rumbo, nuestro cuerpo parece viajar a la velocidad de nuestra mente.
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Sólo cuando damos un paso tras otro descubrimos la tierra que pisamos, y a nosotros mismos.
La capacidad de andar erguidos nos convirtió en lo que somos, y al dejar de caminar abandonamos parte de nuestra esencia.
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