(Finalista Premio Orola 2017)
Era una noche nublada, allá por el siglo
XVII. Miguel no conseguía dormir. Una idea rondaba por su cabeza y no le dejaba
conciliar el sueño. Encendió una vela y se dirigió hacia su mesa. Y allí sentado,
a la luz de aquella vela, la idea cobró forma con el movimiento de su pluma.
Don Quijote y Sancho Panza habían nacido.
Siglos después un grupo de niños
sentados a orillas del Tajo, en una noche nublada a la luz de una vela, leía en
voz alta el último capítulo de Don
Quijote de la Mancha, sin tan siquiera saber que Cervantes necesitó tantas
velas como noches en vela pasó para concluir las andanzas del ingenioso
hidalgo.
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