Antes de que los nombres de las cosas se adentren en su mente, no hay más que una amalgama de ecos. Piensa en un idioma propio, y recita cada frase en su cabeza. Desde su lúgubre habitación escucha otros acentos, otros nombres propios. Hace ya tantos años..., y entonces se pregunta porqué lloran sus ojos, y cuál es la palabra para ello. Imagina lo que ha visto, como si ese lugar se cayera a trozos justo delante de él. Busca un nombre, una palabra, escucha el vuelo de las aves... Y entonces advierte que el espacio es la premisa de la que partir y a la que regresar, dividiéndose entre el desaliento y la comodidad.
Foto V.C.G. para Las discordias de Hera |
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