Aquella
mañana, al despertar, tuvo una extraña sensación. Una punzada en la cabeza le
hizo llevarse la mano hacia ella, pero descubrió que sus manos eran… ¿garras? Sí,
una especie de garras como las de… ¿un búho? ¡Se había convertido en un búho! No
recordaba nada de lo que había pasado, no sabía si era fruto de una
reencarnación o de un hechizo, aunque se decantaba por esta última opción,
aquellas palabras que aún resonaban en su cabeza…, ¿cómo no se había dado cuenta?
Voló
hasta la ventana, tratando de salir, de alguna manera, de la situación y, al
posarse en la barandilla, un rayo de sol rozó sus plumas y de pronto sintió que
su nuevo cuerpo no le respondía, que ese rayo le había dejado petrificado. No
podía articular palabra, ni tampoco levantar el vuelo. El sol le había hecho
eterno, tal y como le habían advertido que sucedería, pero lo que no le habían
advertido era que no recordaría ninguna de las advertencias. La noche era ahora su mejor refugio.
Brillante transformación en un ave!
ResponderEliminarQuién no ha deseado ser alguna vez un búho o una lechuza y adentrarse de noche en los secretos de un bosque y volar sobre el.
:)Buen relato.
Poder volar libremente, sin rendir cuentas a nada ni a nadie.
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