Creyó ver algo que se movía más allá de su propio campo de visión. Observó de nuevo, concentrándose en no perder detalle. Y entonces vio otra vez algo que, lejos de ser un objeto, era el reflejo de su propio yo. Parecía estar haciéndole señales, o tratando de decirle algo, pero no lograba saber qué era lo que realmente quería. Se acercó todo lo que pudo, intentando no asustarle, porque no cabía duda, era su propio yo, y cuando estuvo tan cerca que resultaba imposible cualquier punto de escape, y sabiendo que nadie miraba, empujó a su propio yo, y vio reflejado en sus ojos el miedo a desaparecer para siempre.
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