Saboreaba su café. Lo hacía como cualquier otra mañana, o como ninguna otra. Sin embargo aquel día ella le observaba, sentada, a su lado, pero él no parecía advertir su presencia. Ella comenzó a abrazarle, a invadirle, al más puro estilo de las obras de Shakespeare. Entonces él pareció sentir ese intento y, asustado, derramó sobre la mesa el café que quedaba en su taza, y desde ahí el líquido fue cayendo al suelo gota a gota, como si cada una de esas gotas fuera una negra lágrima del alma. Miró el fondo de su taza donde sólo quedaban los posos, y esta vez sí que advirtió cómo a su lado, aún sentada junto a él, la soledad le sonreía.
(P.D.: Quizás a la soledad no le gusta desayunar café)
Quizá lo que le importe no sea el desayuno sino precisamente poder abrazar e invadir a alguien, se asuste o no.
ResponderEliminarProbablemente pueda ser eso lo que busque.
EliminarDe repente,al leer tu relato Hera,me transporta a un desayuno saboreando un intenso café lungo y qué maravilla...
ResponderEliminarQué grande desayunar a su lado!.Creo que es un buen binomio.
(P.D.:Quizás a la soledad no le guste desayunar café,pero sí le guste un reconfortante nesquik) :)
O puede que la soledad se encuentre a gusto cuando nadie derrama nada aunque ella se acerque...
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