A veces avanzamos sin luces, contra el viento, únicamente apoyados en el corazón de quien nos espera con las manos abiertas buscando dónde late nuestro pulso. Y de ahí horas que se suceden bañadas por tenues luces que acompañan nuestras respiraciones, nuestros movimientos. Y cuando salimos de nuestra pretendida conquista nos prometemos a nosotros mismos no volver, no palpitar de nuevo en ese mundo, no encadenarnos a un abismo que puede llegar a quebrarnos.
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