Aquel día, mientras tomaba notas en un antiguo cuaderno, intentando que los conceptos abstractos no desbordasen el papel, recordó que la pureza de los colores y las líneas, en pintores como Matisse, había servido para realzar las imágenes, y no para hacerlas desaparecer. Entonces pensó en una constelación de colores, en tejer una especie de mapa en el que los fractales matemáticos y las posibilidades plásticas no fueran elementos contrapuestos e hicieran surgir las emociones por igual. Dispuso sus bolígrafos multicolores, papel, una taza de té y buscó en lo más hondo de sus visiones interiores: un momento, un deseo, un recuerdo, una frase, una expresión, la esperanza, el rencor, la rabia, el disfrute, un dibujo o ilustración, figurativo o abstracto, espontáneo o reflexionado, obervado o imaginado...
Todo ello como medio para observarse, para captar y expresar sus incesantes metamorfosis, creando una imagen tan caprichosa como incontrolable, dejando a los demás la tarea de juzgar.
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Imagen: Pixabay, Comfreak, Jonny Lindner |